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24 septiembre, 2024

Resistencia del cuerpo

Casi a diario recibo en mi teléfono el registro de una pausa: 18 de febrero, 4 min 35 segundos. Mi amigo J lleva un registro de su apnea voluntaria sin propósito aparente. O cuyo único propósito, atreviéndome a adjudicarle uno, es el de romper con los límites de su cuerpo. Pienso en todos los números que enmarcan las potencialidades de nuestra materia física que somos. Los nuevos récords en los juegos olímpicos, los récords personales.

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Acá otro número para la cultura de lo performático: 33.05. Ese es el número invariable de otro amigo, T, en la prueba de 50 metros estilo libre. Es la prueba más rápida que existe en la natación. Su objetivo no es el de bajarlo sino el de mantenerlo. Tener 47 años no se trata de descubrir nuevos números, se trata más bien de tener muy claro cuál es el tuyo.

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Otro método para retratar el propio cuerpo es el reflejo inmediato de tomarse una selfie frente a un espejo. Mi amigo fotógrafo, E, toma de vez en cuando esas fotos. Intuyo que es una manera de recordarnos lo que hay al otro lado del lente. Un statement de que a pesar de lo técnico y lo numérico (velocidad del disparo, enfoque, profundidad de campo), lo que hay verdaderamente es el ojo de alguien, otra idea de belleza.

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La escritura también mide. Samantha Schweblin midió la distancia de separación de un cuerpo con otro cuerpo en “Distancia de rescate”. Nettel midió una invasión al cuerpo con su novela “El huésped”. Y con “Parentesco” de Octavia E. Butler, un cuerpo moderno vivió la esclavitud del sur de los Estados Unidos. La inmortalidad como resistencia del cuerpo. El retrato escrito del cuerpo para una apropiación, un autoconocimiento, un método para el hallazgo, contra el aburrimiento, una escapatoria de la prisión, una divagación entre tantas certezas, un lenguaje físico, unas palabras físicas, o como diría Clarice Lispector, “palabras sólo físicamente

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“Cuando escribo, siento que son ellos (los dedos), y no mi intelecto, los lúcidos progenitores del texto”*. Puedo decir entonces que Lopate y yo tenemos eso en común. Las manos piensan. Misteriosamente las palabras están dispersas en la mesa. Si la cabeza interviene, no fluye. Son las manos quienes guían el orden, la selección y el sentido de las palabras y los versos. Ellas tienen otra moral, otros valores, emplean otras estrategias de lo que vale la pena decir, descubren otros ritmos y potencias.
*Retrato de mi cuerpo, Phillip Lopate. Tumbona ediciones, 2010


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Sobre nacer y sobre morir. No soy nada. Electricidad en mi brazo. Busco con la cabeza algo por allá arriba, no sé qué soy o con quien juntarme. Pausa. Parece que acá no hay nada. Ni mi brazo ni mi pierna ni mi cabeza encontraron algo. Estoy torcida. Me devuelvo, sigo buscando pero ahora con el otro brazo, la otra pierna. Tal vez el codo como un triángulo va mejor aquí o acá. No sé. Algo suena en la diagonal derecha. Electricidad de nuevo, en mi mano. ¿Cómo hago para ver la electricidad pero estando más cómoda? Me doy vuelta, estoy boca abajo. Y es aquí cuando la vida fluye, alcanzo mi otro brazo que me lleva a una posición fetal y luego estoy boca arriba.

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