06 octubre, 2024
Cabeza
“Y aquí estoy perdida en la linealidad, dónde está la libertad en mi cabeza, de no poder hacer otra cosa que no sea moverme solo de un lado a otro, atrapada en líneas rectas cada mañana en cuanto llego a la oficina.” Rebecca Watson
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La idea era crear una línea en diagonal con nuestro cuerpo, desde el talón, atravesando la pierna, columna vertebral, cabeza, brazo extendido y puntas de los dedos. Tomamos algunas fotos. Cuando las ví, días después, me di cuenta que no logré la línea diagonal. Mis pies, piernas y torso están en posición correcta, pero hay un quiebre a nivel de mi cuello, éste desciende un poco más de lo que debería, cortando la linealidad del cuerpo y proponiendo una leve colina, una inclinación, haciendo que mi cabeza caiga con peso. Es una pequeña joroba. Me toco esa vértebra que sobresale mientras sigo observando la foto. Es un hueso salido que equilibra mi rostro, es el equivalente del huesito que se solidificó en mi nariz. Las proporciones son distintas, pero la intención es la misma. Siento que hay una batalla constante en mi cuerpo por encontrar la simetría. Batalla perdida.
Watson hablaba de otra linealidad y de otra experiencia de la cabeza.
Dedos
Uno de los poemas más dolorosos que existen en el mundo es de Wislawa Szymborska:
“Nada en propiedad, todo prestado.
Estoy empeñada hasta el cuello.
Tendré que liquidar la deuda
entregándome a mí misma.
Así está establecido:
devolver el corazón,
devolver el hígado,
y cada uno de los dedos.”
Cuerpo libre
Convergencias entre la novela de Giraud y mi vida:
"Pienso en mí, me miro de forma diferente, no sé cómo he llegado a esto, voy a entrar en la categoría de las chicas que se quedan embarazadas, que corresponde al grado más bajo de las categorías de chica. Unos adultos van a juzgarme, van a mirarme como a una chica fácil, una chica de los suburbios, una víctima quizá, sin ética y sin educación". Brigitte Giraud
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Ya encontré la frase que pondré en mi pancarta cuando vaya a la próxima manifestación en favor del aborto:
“Ahora mismo quiero librarme de un estado, no de un niño”. Brigitte Giraud
Morir
La inmortalidad o la ilusión de la inmortalidad es el límite último. Todos nuestros esfuerzos como cardumen, en medicina, biología, física, astrofísica, religión, en todo, están ligados a esta búsqueda por mover ese límite, llevarlo más lejos, aunque sea a una distancia microscópica de donde estamos. El récord mundial de 50 metros estilo libre es de 20.91. El récord mundial de apnea estática es de 11:35 minutos. Una inmortalidad, entonces, está libre de números o, por el contrario, se compone de números infinitos.
La inmortalidad o el control. “La escritura es control”, dice Zadie Smith en uno de sus ensayos. Escribir es control. Y escribir el cuerpo ¿qué es? En el ámbito de las ciencias todo indica que vivimos más. En el lenguaje, ¿cuál es su equivalente? ¿La ciencia ficción? El futuro del cardumen sería poder controlar nuestras enfermedades, los funcionamientos erráticos, evitar la muerte de las células por nuestros propios medios. Una evolución. ¿Una idea errónea, un imposible? Vivir más, por la interocepción. ¿La escritura sería el medio? Hay algo de doblegamiento y de sentencia en todo esto del cuerpo. Giraud, una escritora francesa, ya lo dijo: "Al principio no sé que tengo un cuerpo. Que mi cuerpo y yo no vamos a separarnos nunca". Por más que lo intente.
Mecanismos
29 septiembre, 2024
Cuerpo rojo
El contacto del propio cuerpo con el mundo exterior es de color rojo. Quema. Arde. Te golpea. Te zarandea. Te violenta. Pero también existe su contrario. El aire es lo propio, forma parte del cuerpo. El sol también.
Equilibrio
Los dedos de los pies deben separarse, anclarse como barcos o como raíces. El arco del pie debe sentirse como una estatua. La pantorrilla de concreto, el muslo como un rascacielos. Y sin embargo eso no funciona. Lo que funciona es una varilla imaginaria que atraviesa el cuerpo, movida por el viento, como si unas manos le dieran pequeños golpes aquí y allá para mantenerlo en balance, 360 grados de sutileza y organicidad. La física del cuerpo.
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El suelo es la cima
Medir el dolor
Matemático: Del 1 al 10, ¿qué tanto te duele?
Cinematográfico: ¿Se parece más a una escena a blanco y negro? ¿O es más como un videoclip?
Óptico: ¿Tu dolor es más de color anaranjado o más como un rojo?
Geográfico: ¿Es focalizado o expansivo?
Rítmico: ¿Es constante o intermitente?
Histórico: ¿Sabés qué lo provoca? ¿Es un dolor nuevo? ¿Es un viejo conocido?
Temperamental: ¿Es cruel, cínico o generoso?
Medir el dolor es algo cotidiano.
¿Qué hacemos cuando el dolor es silencioso?
¿Y qué hacemos cuando el dolor es placentero?
Cavidades internas
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Hoy volví a descartar algunas hipótesis, dejé que me empujaras con fuerza, dejé las medias en medio del pasillo. Agradecida me torcí como un vestido viejo. Hubo niebla lenta oscilando en la puerta, el pasado siempre flexible me perdona, me absuelve. No hay nada de malo en arrodillarse y pedir tu lado de la cama.
Síndrome
Este fenómeno se llama “Síndrome de piernas inquietas”. Puede ser tan intenso que a veces fantaseo con arrancarlas de un tirón. Está bien, es un deseo violento. Reformulo mis cálculos cerebrales. En esos momentos de desesperación me las imagino entonces como prótesis que me puedo quitar y poner a mi gusto. Pero acá están, pesadas, cosquilleando, insoportables. Mi única defensa es poner el mundo al revés. Las elevo contra la pared, la sangre se invierte, la gravedad las devora.
24 septiembre, 2024
Materia
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Conozco el camino al baño de memoria. Aunque está mal dicho decir “de memoria”, quise decir me lo conozco con los ojos cerrados. En algunas madrugadas me despierto por las ganas de orinar, me levanto como una zombie, voy directo y sin titubear al baño, cierro la puerta, orino, me lavo las manos, apago, vuelvo a la cama. Todo sin abrir los ojos. Mi cuerpo, ya que es su problema, lo resuelve sólo. Un día pintaron la pared de mi cuarto donde está mi cama. Tuve que moverla unos centímetros y dejarla así hasta el día siguiente para que se secara la pintura. Esa madrugada, mi ida al baño fue un caos. Me golpée con la puerta del cuarto al salir, con la puerta del baño al entrar, con la tapa del inodoro, con la puerta del baño al salir, con la puerta del cuarto al volver, con la primera esquina de la cama, con la segunda esquina de la cama, con la mesa de noche, con la lámpara, con la almohada.
Resistencia del cuerpo
Casi a diario recibo en mi teléfono el registro de una pausa: 18 de febrero, 4 min 35 segundos. Mi amigo J lleva un registro de su apnea voluntaria sin propósito aparente. O cuyo único propósito, atreviéndome a adjudicarle uno, es el de romper con los límites de su cuerpo. Pienso en todos los números que enmarcan las potencialidades de nuestra materia física que somos. Los nuevos récords en los juegos olímpicos, los récords personales.
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Acá otro número para la cultura de lo performático: 33.05. Ese es el número invariable de otro amigo, T, en la prueba de 50 metros estilo libre. Es la prueba más rápida que existe en la natación. Su objetivo no es el de bajarlo sino el de mantenerlo. Tener 47 años no se trata de descubrir nuevos números, se trata más bien de tener muy claro cuál es el tuyo.
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Otro método para retratar el propio cuerpo es el reflejo inmediato de tomarse una selfie frente a un espejo. Mi amigo fotógrafo, E, toma de vez en cuando esas fotos. Intuyo que es una manera de recordarnos lo que hay al otro lado del lente. Un statement de que a pesar de lo técnico y lo numérico (velocidad del disparo, enfoque, profundidad de campo), lo que hay verdaderamente es el ojo de alguien, otra idea de belleza.
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La escritura también mide. Samantha Schweblin midió la distancia de separación de un cuerpo con otro cuerpo en “Distancia de rescate”. Nettel midió una invasión al cuerpo con su novela “El huésped”. Y con “Parentesco” de Octavia E. Butler, un cuerpo moderno vivió la esclavitud del sur de los Estados Unidos. La inmortalidad como resistencia del cuerpo. El retrato escrito del cuerpo para una apropiación, un autoconocimiento, un método para el hallazgo, contra el aburrimiento, una escapatoria de la prisión, una divagación entre tantas certezas, un lenguaje físico, unas palabras físicas, o como diría Clarice Lispector, “palabras sólo físicamente”
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“Cuando escribo, siento que son ellos (los dedos), y no mi intelecto, los lúcidos progenitores del texto”*. Puedo decir entonces que Lopate y yo tenemos eso en común. Las manos piensan. Misteriosamente las palabras están dispersas en la mesa. Si la cabeza interviene, no fluye. Son las manos quienes guían el orden, la selección y el sentido de las palabras y los versos. Ellas tienen otra moral, otros valores, emplean otras estrategias de lo que vale la pena decir, descubren otros ritmos y potencias.
*Retrato de mi cuerpo, Phillip Lopate. Tumbona ediciones, 2010
Cuerpos frágiles
Hay tantos cuerpos frágiles. El viento bota una maceta y las hojas se rompen. El ala fracturada de un pollito que lleva vivo un día. Una hormiga arrasada por una mano que limpia la cocina. El raspón en la frente al caer. Tu cuerpo en el agua caliente por primera vez. Mi cuerpo llorando al terminar “Ángeles derrotados”.
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Mi relación con su cuerpo ha tocado todos los ámbitos. Sueño despierta con él. Sueño dormida con él. He tomado el desayuno con él. Lo conozco de pies a cabeza. Llevo más de veinte años deambulando cerca, flotando cerca, viviendo cerca. No crean, a veces me siento tonta.
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Nadie se salva. Siempre encontramos ese detalle de nuestro cuerpo que no nos gusta. Unos ojos muy pequeños. Demasiadas pecas. Las pantorrillas muy delgadas. En un día con suerte logramos olvidarnos y existimos disociadamente del cuerpo. Escribimos correos, atendemos llamadas telefónicas, compramos verduras, cruzamos la calle a toda prisa. Pero cuando volvemos a casa, es probable que recordemos ese silencio que anticipa los pensamientos negativos, vuelvo a ser yo frente al espejo. ¿Por qué para algunas almas es más corto el camino de quererse que para otras? En una serie en Netflix que ví recientemente, la experta asegura que se deben nombrar las partes de nuestro cuerpo que nos gustan, una y otra vez, como si fuera una fotografía inamovible en la memoria que debe servirnos de amuleto.
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Un cuerpo femenino y pequeño está sentado junto a la mesa. A este cuerpo se le obliga a ponerse de pie con la cabeza baja. Se le ordena ir a la sala, mover el sillón a un lado donde aparece una comida fría, ya no en el plato si no en el suelo. Se le ordena arrodillarse, colocar sus manos detrás, en la espalda, como esposada, se le obliga a comer de la comida fría con pelos, lágrimas y polvo directamente con la boca. El cuerpo que da las órdenes tiene un secreto.
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Mi ritmo de vivir la vida. Cargo energía, fluye dentro de mí en círculos grandes. Útero. Sigo cargando energía en las caderas. Sequedad. Sigo cargando energía hasta el pecho. Palpitaciones. Corazón acelerado. Sigo cargando energía hasta la cabeza. Estoy perdiendo pelo, lo dejo caer al suelo. Me aparecieron manchitas en la piel. Demasiada bulla exterior. Me obligan a replantearme lo que soy, intento tomar distancia pero insisten, un prejuicio por la derecha, otro prejuicio por la izquierda.
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Mi mamá me ha contado ya en varias ocasiones cómo su mamá nunca la abrazaba, nunca una señal amorosa, nunca una cercanía corporal. Una única vez le rozó la frente con cariño. Fue tan rápido que podría no ser cierto. Una vez también le rocé la frente, a mi abuela, cuando recostó su cabeza en mis muslos y agonizaba. Íbamos en el asiento trasero del carro de mi papá. Mi papá manejaba, mi mamá silenciaba. Mi abuela se había quedado varios días en nuestra casa, pero esa tarde pidió que la lleváramos donde mi tía.
Interocepción
Cuando me embaracé y empecé a sentir miedo del parto, mi mamá me dijo: “Tu cuerpo no te va a dar un dolor que no podás soportar”. Me hizo cómplice de mi cuerpo, me hizo confiar en él en un ámbito tan particular como el dolor. Algo de lo que siempre quise huir, ahora lo veía con otros ojos. Es una suerte que no pensara en nada más, es una suerte que la ausencia en mi mente de todas esas historias de partos que salen mal, de mujeres que se desangran hasta morir, me consolara ante la inminencia. No tenía escapatoria.
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Tengo el útero más hacia la derecha. ¿Cómo se alteraría la percepción de mí misma si pudiera verme por dentro? A esto se le llama interocepción: es un sentido menos conocido que ayuda a entender y sentir lo que sucede dentro del cuerpo de una.
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Tápese que los doctores la están viendo: me dijo la enfermera en el hospital mientras estuve internada por presión alta, con 8 meses de embarazo. Tenía una alergia brava en todo el cuerpo, como piquetes de mosquito. Lo único que me aliviaba era pasarme algodón con alcohol por las piernas, cada 10 minutos. Y por supuesto, tener las piernas destapadas. Me habían dicho que como mi hija y yo teníamos diferentes tipos de sangre (yo soy o+ y ella es b+), mi cuerpo la estaba rechazando.
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Amamanté durante 3 meses. Me costó mucho producir leche. Mi mamá me decía que no me desviviera por eso. Mi cuerpo podía ser casa pero no alimento. Me sentía frustrada. Mala madre. Menos mujer. Jazmina Barrera parafrasea a Adrienne Rich cuando compara el acto de amamantar con el acto sexual. Mi incapacidad de generar esa comparación me impidió producir leche, intuyo.
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Mi hija, durante mi embarazo, pasó de ser bebé a ser alien y luego a ser bebé de nuevo. Mi embarazo no fue deseado. Además de la angustia y del estrés que este accidente representaba para mí, había algo en mí que me gustaba: el hecho de que mi cuerpo, por primera vez, era una casa, un refugio. Luego de varios meses, el alien dejó de serlo y se convirtió en mi bebé. Ya la conocía, ya intuía que era una niña, sentí su fuerza, su tranquilidad, su compañía. Supe lo que es tener una comunicación sanguínea con otro ser.
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En un libro de Jazmina Barrera leo: “los pasantes aman los tactos”.*
*Linia negra
Pierna de metal
Qué bien se siente colgarse del metal, alargar una pierna y llevarla hasta el otro extremo de la habitación. Como si no fuera humana, como si midiera el tiempo en puntos dispares, en modos de confundir las células, creyéndose existir antes del big bang, antes de los estornudos de algún bisabuelo, antes de que el agua recorriera riñones y pelo ajeno, cavidades dentales, poros, cicatrices de bala, insectos sin alas y las pocas flores que quedaron en la entrada. Como si no supiera caminar, como si fuera un apéndice envuelto en sábanas blancas, arrastrada como arrastra una niña su peluche, o como nos arrastra a nosotros el día, lo que está seco, la política.
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¿Y qué pasaría si no tuviera piernas?
A veces cuando bailo sola en la sala de mi casa me quedo sin una pierna. Doy pequeños saltos para seguir bailando, hay una especie de inercia corporal que no se detiene sólo por el hecho de tener una pierna faltante. Bailar es cosa seria.
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Cuando llego al orgasmo siento cosquillas en todo el cuerpo. Desde los pies hasta el pecho me extiendo acostada, pero la energía me impulsa de nuevo hasta los pies. La cabeza hacia arriba, me agarro el coño. Yaaaaaa pataleando. Una a una mis piernas se dejan caer con peso en el suelo. Retrocedo. Puede ser así, o también puede ser asá.
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Hablando de centímetros, tenía como 5 de dilatación cuando sucedió. En el hospital, luego de horas de caminar, ya estaba lista para que me internaran. Pero mi cuerpo era un laboratorio, un caso de estudio. Los nuevos necesitaban experiencia. ¿Cómo se palpan 5 centímetros de dilatación en una vagina? Ahí estaba yo, lista para que pudieran explorar, con las piernas abiertas. Un chico joven tuvo la fortuna o la maldición. Introdujo dos dedos temblorosos en mi dilatado abismo.
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Soy un desastre. Entre las piernas. Parezco una adolescente manchando de sangre calzones, pantalones, sábanas.
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Hace muchos años una amiga me prestó su ejemplar de “Treblinka”, de Chil Rajchman. El libro pertenecía en realidad a su papá, quien coleccionaba todo libro que se publicara sobre la Segunda Guerra Mundial. Fue bastante perturbador leer sobre la mecánica de los hornos. No me esperaba tanto detalle, y menos tanto detalle sobre “la prueba y error” para alcanzar la mayor eficiencia posible en este proceso. Para resumir, los alemanes se dieron cuenta que, para obtener mejores resultados durante la cremación, los cuerpos de hombres y niños debían mezclarse con el de mujeres, primero, y si eran gordas, mejor. Me tiemblan las piernas.
16 septiembre, 2024
Espalda
Dos cuerpos en un bar juegan a evadirse. Se dan la espalda, se acercan a otros cuerpos, toman la cerveza a destiempo. Uno se levanta para ir al baño y hay una breve pausa. Las mesas, los otros clientes y la puerta los separa. Pero al final de la noche ambos cuerpos ven el dibujo caótico que han creado con el magnetismo.
Articulaciones
Sobre envejecer. Tengo un dolor aquí. Y tengo otro acá. Pero también aquí, aquí, y aquí. Ese dolor se estira, son como jalones. El dolor puede bajar como espiral y se transforma en un dolor sordo que late y retumba levemente. Cuando me miro al espejo no me reconozco. ¿Será el espejo? ¿Seré yo? Me pongo crema en las manos, descanso y cambio siempre de posición, si no lo hago me duelen las articulaciones. Me siento ligera, veo mis manos, siento mis omóplatos, mis hombros, los brazos. Rodeo mi cabeza con las manos extendidas, y con la mirada al frente, pienso: aquí estoy, ésta soy.
Pechos
Andreas Vesalius publicó en 1555 “De humani corporis fabrica”. Este libro forma parte de la colección “Dibujos y grabados” del MET en Nueva York. En una de las ilustraciones, levantan la piel del seno para que podamos verlo por dentro. El documental de Verena Paravel y Lucien Castaing-Taylor sobre el cuerpo lleva el mismo nombre. La perspectiva que proponen es desde la anatomía, es decir, microscópica, desligada de todo sentimiento. Un doctor realiza una autopsia a un seno cancerígeno. La escena pasa de un zoom in a un zoom out y es ahí donde siento terror: con absoluta frialdad, el seno es un espécimen de laboratorio, cómo logran abstraerse de ese seno que perteneció hasta hacía unas horas a una mujer. La carne es la carne, se corta, se mide, se anota y se bota.
Útero
Y aquí las que refieren exclusivamente al cuerpo.
Cuerpo
Años después encontré esta frase de Laura Wittner: “¿Tenemos que fingir que es natural salir expulsados de un cuerpo para constituirnos, en el acto, en otro cuerpo?”* La palabra del cuerpo más importante en esta frase es fingir. La precisión de las palabras tiene la misma naturaleza que la precisión del cuerpo.
*Prólogo de Laura Wittner. La crisis es el cuerpo, de Jesse Lee Kercheval. Editorial Bajo la Luna, 2020.
10 septiembre, 2024
Pies
Me he movido poco hoy. Caminé de la sala a la cocina, de la cocina a mi cuarto. La inmovilidad obstruye. Siempre lo he pensado. El sedentarismo trae dolor, lentitud, vejez. Lo que siempre he pensado es que envejezco cuando me quedo quieta. O envejezco más rápido. Hay días así, no puedo alejarme de la computadora por trabajo. Desde aquí veo mi biblioteca, en un lomo negro y grueso que sobresale de los demás se lee fácilmente “Rebecca Solnit”, en letras anarajandas. Es su libro sobre el caminar.
Piernas
Una de mis películas favoritas es “De rouille et d’os” de Jacques Audiard, porque explora diferentes maneras en las que nos relacionamos con nuestro cuerpo. Ali es boxeador y su aproximación al sexo es directa y sin filtros. Stéphanie trabaja con su cuerpo por ser entrenadora de ballenas y en un accidente pierde ambas piernas. Yo no soportaba esa ausencia, cuando Marion Cotillard, tirada en el suelo llorando imploraba “Qu’est-ce que vous avez fait de mes jambes?” yo lloraba también como si alguien se hubiera muerto. Para ella todo había cambiado, ya no era ella, ya no podía trabajar, ya no podía bailar y ya no se sentía atractiva. La película es una lucha constante por la apropiación y el rechazo del cuerpo, todo al mismo tiempo. Una propuesta que siempre me había parecido completa y vertiginosa. Hasta que Bellatin, el escritor manco con conocimiento de causa escribe: “Parecía incapaz de soportar el sufrimiento que se producía en un espacio que era ahora ajeno a su cuerpo, en el lugar vacío que había dejado la pierna mutilada”. Hay un dolor más primitivo entonces, un dolor que hay que engañar ya sea con prótesis o con espejos. Tener ahora un espacio ajeno, ¿será otra especie de huésped?
Vientre
“Siempre me gustaron las historias de desdoblamientos, esas en donde una persona le surge un alien del estómago o le crece un hermano siamés a sus espaldas.” Así empieza la novela de Guadalupe Nettel. Yo había tenido por un tiempo un alien en mi estómago, al menos por unos meses. Estaba en el cine viendo una película de acción y hubo un ruido muy fuerte, algún disparo o alguna persecución. En ese momento el alien que llevaba dentro se despertó, pasó su codo por todo mi vientre, lentamente, de un extremo al otro. Era la primera vez que lo sentía y que veía ese abultamiento ajeno a mi cuerpo moviéndose sin mi control, estirando mi piel, desplazando mis órganos internos, desdoblándome sin que yo pudiera hacer nada al respecto.
Puños
Salgo de un espacio seguro. Camino en zigzag cuidando mis espaldas. Cuatro cuadras después lo siento en el cuello. Se me tensa la mandíbula. Miro rápido a la izquierda, se me tensan los puños. Avanzo hacia mi diagonal derecha con el estómago duro y mis puños a la altura del pecho. No veo a nadie. Sigo caminando en zigzag sin dejar de mirar a mis espaldas. Finalmente me alcanza. Me lo quito de encima con el hombro derecho. Intento ser más contundente con el codo izquierdo. Pero me atrapa del brazo. Me suelto de un jalón. Tomo impulso para romperle la nariz con mi mano derecha extendida, así es como se golpea. Con todo el cuerpo. Tiemblo.